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  • Foto del escritorBibliotecaria CSJ

HUIR HASTA VIVIR

Ana se sentó sola en una esquina del recreo como siempre, rebuscó en sus bolsillos y sacó con parsimonia un bolígrafo azul, buscó en el fondo de su mochila y sacó una libreta de color añil, miró a su alrededor y después, sin pensarlo mucho, centró su mirada en el cuadernillo, como buscando algo escurridizo entre aquellas páginas blancas.


Con un solo movimiento comenzó la historia. Ella sentía sus dedos envolviendo casi con cariño el bolígrafo de plástico, mientras lo movía frenéticamente, siguiendo ciegamente sus pensamientos. Con un solo movimiento del dedo índice, corría por un bosque lleno de plantas exóticas, hasta podía sentir la brisa, que le removía el pelo largo y enredado, como jugando con él, podía esconderse detrás de los enormes baobabs, imitar el bramido de los elefantes, subirse a sus trompas... Con un pestañeo, podía delimitar entre la vida o la muerte, entre la victoria o la derrota. Rozando la punta del bolígrafo contra el papel produciendo así un sonido agradable, podía escoger entre el perdón y la venganza o entre la tristeza y la alegría.

Al pasar la página, removía todos los sentimientos e ilusiones de los personajes, cambiándolos por otros, manejando a las “personitas” que habitaban entre esas líneas incompletas y actuando como verdaderas marionetas manejadas bajo la batuta del autor.

Y ahora estaba ella, Ana, albergando en su interior sentimientos contradictorios en forma de tormentas, remolinos, volcanes furiosos o huracanes, pero también en forma de días soleados, días alegres o días de gloria.

A medida que la historia avanzaba, ella perdía la noción del tiempo por completo, olvidando el revoltijo de zapatillas que se movían a su alrededor, olvidando las voces, gritos y chillidos que surgían de las gargantas de los que la rodeaban

Finalmente, con un leve movimiento de su dedo índice, dio fin a su historia…


Justicia para unos, venganza para otros.


Familias reparadas, guerras absurdas.


Sonrisas de saludo, abrazos de despedida.


Puso el punto final.


Miró al frente.


Y sonrió, reflejando todos los sentimientos plasmados sobre el papel, cuya materialidad revoloteaba todavía por el estómago de Ana.


Le daba la sensación de que acababa de vivir una gran aventura, una aventura de entre las muchas escondidas entre los helechos, esperando a ser descubiertas.


Una aventura fantástica.


Genial.


Miró al frente e imaginó delante de ella una barrera de cristal, una barrera de ignorancia, que la protegiera de los escupitajos, insultos y empujones que caían como puñaladas a su alrededor, sin percatarse de que su afilada hoja no conseguiría nunca atravesar los sentimientos de la niña.


De pronto, a Ana le crecieron alas, las alas más hermosas que se hayan visto jamás, no eran de ningún color, eran del color que tú las quisieras ver, del color de tus ilusiones, de tus miedos y preocupaciones, pero sobre todo… del color de tu forma de amar.


Se elevó en el cielo límpido y voló.


Huyó hasta vivir.


Autor: Elena Enrique Trujillo.

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